sábado, 14 de diciembre de 2013

A tus manos

Habíamos construído una torre; una de esas lujosas de cinco ambientes. Claro que en el opuesto convivíamos con otros cinco que a su vez convivían en otros cinco espacios. El drama de los semipisos y de los malos entendidos del palier ya no era novedad. Todavía no logro acostumbrarme a hablar de torre para referirme a algo parecido a un hogar. Y los de enfrente que no logran entendernos y que no los comprendemos y aún así, sobre el plano ¿convivimos? Nada hubiera sido lo mismo sin Claudia: esa mujer que logró imponer el placer por la perseverancia para desenmascarar a los buenos de los malos. A nosotros nos tocó de siempre vivir en el primero. Es una costumbre de esas que van sembrando una tradición. Entonces si me siento en la terraza y hago el jueguito de mirar hacia arriba, pareciera que la torre se moviera. Durante años necesite creer eso con tal de ponerme vieja y no animármele a la ilusión de que es posible sí, esto de que el cielo también moviéndose, cobre vida. Entonces cuando menos lo espero aparece a eso de las doce, y en el mientras tanto soy ese libro que nadie lee, y que un día porque sí, fue separado de su biblioteca. En definitiva los libros son muchos mas que diez y tampoco logran comprenderse si no fuera por los vecinos que llevamos en cada mano y que tras cada ilusión del pensamiento, los hacemos girar esperanzados de que el otro lea y sienta lo mismo que yo -o que nosotros- con el entusiasmo de que ese renglón nos toque a todos a la misma hora, a las y cuarto, donde todo se vuelve plano y soltamos el suspiro cada vez que el cielo empuja torres y yo paseo dormilona, entre las nubes. Pero claro, pasear entre las nubes y eso de que nada es mas insoportable que una serie de días felices ¿te acordás? A veces te recuerdo -me dijo- pero me acuerdo de vos todos los días. Lo cierto es que no soporté volver a ser feliz y entonces de un soplo en la nuca me mudé. Volver a lo de tus padres es un vieje interesante. Que cuidate del frío, que qué vas a comer, tapáte y eso del imperativo categórico que seguro ella se acuerda. Sorda de silencio regrese a mi cuarto, el de mi infancia. La infancia es un lugar donde siempre se regresa o al menos donde regreso yo, creyendo que la infancia esta adelante y la responsabilidad de ese recuerdo, ay! No fui conciente en éste cuarto empapelado con flores que nunca se marchitaban. Ahora a mi alrededor todo esta color cremita, color ungüento de ése con que mamá me curaba el vitiligo. Ahora me salió algo parecido en la espalda y de nuevo el asunto de las cucharitas de mami y la casa ordenada en su desorden. Son lindas las promesas y si la debilidad regresa en su contrario, podríamos construir algo parecido al pueblo de los Ingals. Yo quisiera ser la novia de Bandido, el perrito de Laura. Yo quisiera ser entonces un personaje que todavía no se inventó, el nuevo sabor de un te frío o esa manta llena de bolitas. Yo quisiera sentarme en la hamaca de la terraza y seguir creyendo que no es el cielo, que la torre se mueve con todo esto que extraño, con todo lo que ya no es igual a lo que recuerdo y que si no fuera por su cielo, tan inmenso como despejado en su frente, tal vez, caería sobre mí.

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